intrascendencias

Resulta que, y creo que no es la primera vez que lo digo en público, el hogar intrascendente rebosa de amó, sobre todo porque dentro del mismo no cabe nada. Es lo que tiene vivir en 40 metros.

Por eso, entre otras razones, es por lo que éste que lo es gusta de, siempre que sea posible, comprar ebooks más que libros en papel. Ocupan poco espacio, son fácilmente portables, y no pesan. Lo que antes se llamaba "conveniencia personal", vaya.

El caso es que la última compra de ebook la he hecho a Pearson (por si alguien tiene algún tipo de interés morboso, es un libro de Final Cut). Y, oh sorpresa, resulta que el libro es un ebook de los de Adobe, de esos que tienen DRM para aburrir. Véase:

Obviemos lo de leer en voz alta, porque entiendo que simplemente es una mala traducción, y lo que quieren decir es que lo puedo leer con un lector de pantalla tantas veces como quiera, no que me dejen hablarme sólo.

Pero a lo que iba. Para llegar a la captura anterior he tenido que hacer antes lo siguiente:

1. Descargar de la web de Adobe un gestor de descarga
2. Instalar el gestor de descarga
3. Dejar que el gestor de descarga descargue el Adobe Reader
4. Darle a Adobe Reader el fichero XML que me dio Pearson al "comprar" el libro.
5. Dejar que Adobe Reader me diga tres o cuatro veces que no puede descargar el libro antes de descargarlo definitivamente.

¿He podido elegir dónde descargar el libro? No, padre. ¿He podido elegir si quiero leer el libro en algún dispositivo portátil, o simplemente en otro de mis ordenadores? No, padre. ¿Puedo imprimir el libro? No, padre. ¿Puedo copiar trozos de texto al documento en el que tomo notas según leo el libro? No, padre.

¿Entonces, qué coño puedo hacer? Abrir el libro con un programa que da un nuevo sentido al término bloated, y quedarme mirando la pantalla. Ni siquiera tengo información directa de dónde está el fichero en disco, sino que tengo que ir buscando por las preferencias del programa y la información del fichero abierto hasta que encuentro dónde se ha colocado.

¿Lo puedo leer en otro ordenador? No de forma inmediata, sino que tengo que pasar por un proceso de identificación y/o registro en la web de Adobe que, sinceramente, he delegado en la señora madre del que lo inventó.

Total, que una y no más, santotomás, que se dice. Eso y, que, obviamente, esto se ha convertido en algo personal entre Adobe y yo o, dicho de otra forma, todo candado tiene una llave, simplemente es cuestión de tiempo encontrarla.

Pero la conclusión que he sacado de todo esto no es sólo la de "haré lo que me salga con el pdf, no lo que vosotros me digáis que puedo hacer", sino algo un poco más íntimo y personal (bueno, tampoco tanto): es la primera vez que un DRM me saca así de mis Castillas.

Y es que, sí, confieso, soy un furibundo cliente de la tienda iTunes. Vamos, que podría llamarse la tienda Tarda, sin mayor problema. Pero nunca me ha molestado el DRM de esa tienda, aún a sabiendo de su existencia.

¿Puede ser porque fue parido por el Tito Estíf? Quiero pensar que no, que algo de objetividad aún queda. ¿Podría ser porque no es tan intrusivo?

Tal vez. Si yo compro un disco en la tienda iTunes, y tengo un iPod, no tengo porqué enterarme de la existencia de ninguna limitación en la reproducción. El disco se reproduce en el ordenador desde el que lo he descargado (en iTunes, claro), y está accesible desde cualquier otro ordenador de la red, puede ser transferido a un iPod (también desde iTunes), donde puede ser reproducido infinitas veces.

Exacto. Se han cambiado las restricciones de uso cuantitativas (limitación de número de escuchas, por ejemplo) por otras, llamémoslas así, cualitativas (úsalo tanto como quieras, siempre y cuando lo hagas con *mis* herramientas).

¿Eso hace el control menos intrusivo? No creo, pero la verdad, jode bastante menos. Supongo que porque las herramientas (iTunes, iPod) son tan buenas, en comparación con las demás, que también las usaría aunque no me obligaran.