« Canciones de primavera (VII) | Inicio | Convertir entre formatos gráficos »

De propiedades intelectuales

Vamos intentar pasar por alto la existencia de ciertas entidades de gestión de derechos de autor, por dos razones fundamentales: en primer lugar, porque están por encima de la ley (incluso por encima del bien y del mal), y en segundo y no por ello menos importante, porque no representan a La Cultura, así con mayúsculas, sino a una parte de la producción cultural, que precisamente es la que tiene menos de cultural y más de producción. Y ya que estamos, por una tercera razón: porque perdieron cualquier posibilidad de tener eso que antes se llamaba autoridad moral el día que se atrevieron a pedir (antes, por tanto de que lo consiguieran) que todos teníamos que pagarles un dinerillo, fuéramos o no malvados piratas.

La cultura, como bien se apuntaba por aquí, no es sólo música y cine. De hecho, esas dos son las manifestaciones culturales que probablemente sean más proclives al consumo rápido e intrascendente, al menos en su vertiente masiva. ¿Por qué, entonces, son las que se utilizan como armas en la supuesta guerra por la libertad de contenidos?. ¿Por qué nadie se atreve (y si lo ha hecho ya, discúlpeme, pero yo no lo he oído) a proponer que todo pintor deba entregar su obra al bien común?. ¿O cualquier escultor?.

Generar contenidos, contenidos de un mínimo de calidad (no lo que hacemos por aquí) es algo muy costoso. Costoso en términos de tiempo y esfuerzo. Es necesario robarle horas a la almohada, a la vida privada, o puede que incluso a ambos. Y no se puede obligar a nadie a que haga eso de forma desinteresada.

Aquí no somos abogados. No sabemos de leyes (salvo de su acentuada tendencia a apoyar al poderoso), pero sí sabemos de ética. Y desde las pequeñas dosis de autoridad moral que nos da el haber regalado bastante trabajo y esfuerzo (no resultados de calidad, sino trabajo y esfuerzo), creemos firmemente que no se debe imponer a nadie la forma en la que debe distribuir su obra. Y quien considere que debe pedir una contraprestación por su trabajo, debe estar en su derecho de hacerlo. Y eso no debería ser discutible.

Sí, lo sé, que no se pueda hacer uso de las grandes obras del imaginario colectivo puede resultar, como mínimo, injusto. Pero, ¿quién decide qué es imaginario colectivo y qué no lo es?. ¿No puede argumentarse, aunque esté muy traído por los pelos, que el Palacio de la Zarzuela también forma parte del background cultural de este país, y que por tanto, todos deberíamos vivir en él una temporada? Claro, que por otro lado, ¿es justo que haya que pagar derechos de autor a los herederos de un señor que ha muerto hace cien años?

En el fondo, al menos vista a través del filtro del materialismo histórico que a veces nubla la cabeza de éste que lo es, la discusión sigue siendo la eterna disputa sobre si debe haber o no propiedad privada. Y si alguien sabe darme un argumento válido, soportable, mantenible y robusto para decidir hacia qué lado de la discusión se inclina la balanza, por favor, que lo haga. Será de gran ayuda.